Cuando se
habla de la economía incaica necesariamente debe hablarse de la agricultura,
por cuanto esta, dirigida por el Estado, era la base. Sus cultivos principales
eran la papa y el maíz, aunque también sembraban otras variedades de vegetales,
como los porotos, zapallos, calabaza, quinoa, algodón, maní y guayaba. Los
incas habían descubierto la ventaja de abonar la tierra con ciertos productos,
utilizando los excrementos de animales como fertilizante.
El paisaje geográfico en el que habitaron los impulsó a usar
sistemas de cultivo que consistían en terrazas hechas con paradores de piedras
en las laderas de las montañas. El sembrado se efectuaba abriendo la tierra con
mazas y las semillas se colocaban luego en las hileras de orificios que se
realizaban para este fin. La siembra se potenció con un completo sistema de
irrigación que contemplaba canales y acueductos.
La ganadería estaba constituida por llamas y alpacas, animales
que, además de otorgar productos como la leche, carne y lana, eran empleados
para el transporte.
A pesar de la extensa red de caminos que atravesaban todo el
imperio incaico, el comercio no tuvo un gran desarrollo. Tampoco se conocía la
moneda, por lo que la manera en que se pagaba era mediante el trabajo o el trueque (intercambio directo de
bienes y servicios).
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